lunes, 21 de julio de 2008

OUT OF CLOSET


El diagnóstico indica que tengo una crisis de angustia. Llegué al hospital con e cuerpo temblando, un hormigueo en el rostro y apenas fuerzas para dar nos pasos. Me subieron a una camilla me llevaron a la unidad de emergencias. Después de examinar mis ojos, el estómago, las admigdalas y tomarme la presión, una enfermera pulsa mi brazo buscando mis venas y tras encontrarla me pincha el brazo con un coctel de diazepan y no sé que más. Este combinado me provocará sueño y dormiré profundamente durante algunas horas para –según dicen- calmar mis nervios. Nadie me ha preguntado, sin embargo, si quiero dormir, si quiero calmarme o si mi deseo es salir corriendo y gritar como una loca, cuando por fin puedo hacerlo.

¿A qué se debe la crisis? Se los contaré en estos segundos de lucidez que me quedan antes que el medicamento haga efecto. Y si me quiebro en el camino, derramo una lágrima o desisto de seguir la historia, sepan comprenderme. Es un día negro para mí o quizá el más claro de mi vida pero aún me cuesta reconocer el resultado. 

Durante 25 años he venido acumulando en mi corazón y en mi alma, la verdad de mi propia esencia. He tenido que guardar mis sentimientos en un cofre secreto de mi cuerpo. Al cabo de los años se llenó de tantas mentiras, secretos y deseos frustrados que me ha sido imposible no sacarlo de mi. 

Estoy cansada de mentir, estoy exhausta tenía que sacarme esas toneladas de mientras y tristezas que han significado no reconocerme a mi misma como la mujer que soy, como el ser humano que soy, como la mujer lesbiana que soy. A veces me sentía sucia cuando tenía que esbozar una sonrisa y quedarme callada ante la pregunta ¿tienes novio? O cuando me increpaban “ya deberías tener novio”. Otras veces me deprimía cuando alguna chica me gustaba, teníamos una relación amical perfecta, me gustaba y no podía decírselo. Incluso, cuando una chica me coqueteaba y yo totalmente insegura dejé pasar la oportunidad. Cuántas veces me arrepentí del miedo al que dirán, de una posible paliza de mis padres, de un insulto en la calle, del solo hecho de que alguien me criticara o pusiera en tela de juicio mi sexualidad ante los demás.

Recuerdo haber aceptado a algunos chicos como mis enamorados solo para que nadie sospechara de mis verdaderos gustos. Cuando ya me fastidiaban mucho con el ¿por qué no tienes novio? ¿tanto tiempo? ¿y por qué andas tanto con esa chica? me aventaba al primer incauto que me gustara. Y, al cabo de un mes o más, terminábamos.

Ahora que soy una mujer adulta y que estoy enamorada no deseo más seguir mintiendo. Trae demasiados problemas. Quizá solo con el amor he podido darme cuenta de la dimensión de mis actos, de no ser así todavía tendría miedo. Empecé mintiendo sobre mis la identidad de mis enamorados y a la vez a ellos expresando lo que no sentía en realidad, luego a mi padres sobre los lugares a los que iba, a mis amigos sobre quién era la chica que me acompañaba a las fiestas, a mi pareja sobre las salidas con mi familia o amigos ya que cuando no podía llevarla le decía que iba a estudiar para que no se sintiera excluida. Y como tenía que quedar bien con todos también me acostumbre a dejarla en segundo plano. Ella sabía que yo estaba en el ‘closet’ y lo comprendía, pero inconscientemente me aproveché su paciencia y la rutina de hacerla invisible nunca cambió. Hasta que se cansó de que no le diera su lugar y se fue. Y la extraño y quiero recuperarla, por eso hace tres meses empecé a planear la forma deshacerme de tantos equívocos. A idealizar cómo sería mi vida sin tanto tropiezo, sin tanta esquiva, sin tanta desazón. Y me hallé en un lugar mejor, con una vida más libre me gustó sentir esa sensación de ser una misma sin importar lo que dijeran los demás.

Ensayé primero con mis amigos más cercanos. Me costó, no lo puedo describir. Al principio se abrieron los ojos al máximo, enmudecieron, suspiraron… y luego me abrazaron. Para unos derivó en lágrimas a las que siguieron buenos deseos, consejos y el obligatorio interrogatorio ¿desde cuándo? ¿por qué?; en quienes yo creía radicales fue un “ya lo sabía” y para mi propia sorpresa algunos me hicieron confesiones similares. 

Pero, llegado el momento decírselo a mis padres, no tuve las palabras correctas. 
-“Mamá, me gustan las mujeres”.
- ¿De qué estás hablando, hija? Lo has visto en la televisión seguro.
- Mamá, te estoy halando de mi.
-……
-…
- ándate a tu cuarto. Ni le vayas a decir a tu papá.

Mi madre reaccionó con hermetismo. La vi llorar sola en su cuarto varias noches. No me hablaba. Un día me dejó una carta: 

“Meli, lleva el pantalón de tu papá a la lavandería, luego recoges a tu hermano del colegio. Ya eres una mujer, tu decides tu vida. Pero no dejes de ayudarnos en casa”.

No puedo describir el peso que se me quitó de encima. Quería salir corriendo, abrazar a mi madre, ya lo haría luego. El segundo paso era papá. Se lo dije un domingo que estábamos solos en casa. Veíamos una serie cómica donde salía una pareja gay. Se divertía con las ocurrencias de estos chicos. Le pregunté: Papá, qué harías si yo fuera gay.

Mi padre me miró de reojo y me dijo: Que voy a hacer, pues. Yo te he criado, te he cambiado los pañales, eres mi única hija, qué crees que haría. Le sonreí y me levanté a traer un refresco. Antes de voltear hacia el pasadizo me dijo: Tu mamá ya me contó. Me quedé helada, no sé cuánto tiempo. Parecía una eternidad. Mi papá volvió a hablar: habla con tu mamá que está triste y no dejes de estudiar. 

El mundo no era tan malo, pero tantos años de angustia me generaron un estrés que ya se imaginan porque estoy en el hospital. No es fácil llevar una vida oculta ni pasar por el trajín de decir que eres diferente. Sin embargo, sea cual sea el resultado prefiero dormir sabiendo que mañana será un día mejor y no dormir pensando qué mentira tendré que sostener mañana. Ya está haciendo efecto el diazepan, debo dormir.
(Escrito por Amanda Meza en Radio Mujeres)